Hoy se nos ha ido Félix Romeo y nos hemos quedado con un enorme vacío dentro.
Félix siempre tuvo amigos aquí, fue generoso con nuestra asociación. Escribió varias veces en nuestra revista Rolde (su primera colaboración data de 1987, con solo 19 años), y colaboró en proyectos como aquel Relatos visuales en el que varios escritores dieron letra al hermoso recorrido fotográfico de Andrés Ferrer por la estación de Canfranc.
Nos regaló no pocas muestras de su arrolladora creatividad y de su gran humanidad. Y ahora no se nos ocurre otra forma de agradecérselo (tarde, demasiado tarde, estas cosas siempre se hacen demasiado tarde), que transcribiendo un texto (breve, emotivo y genial) que escribió para aquel homenaje colectivo a José Antonio Labordeta que editamos en el año 2008.
El texto habla por sí solo, y desde REA no queremos estropearlo haciendo comentarios de ningún tipo.
Hasta siempre, Félix.
Me gustaba mucho ir en el viejo Mercedes de Labordeta. No tenía aire acondicionado, lo cual era un inconveniente para los viajes de verano, pero me sentía bien dentro de aquel coche. Corría suave, el motor no hacía ruido y era muy fácil hablar y disfrutar del paisaje. Fuimos a un montón de sitios en el Mercedes. Fuimos a Lugo y a Ponferrada y a Córdoba y a Francia y a Barcelona y al Pirineo y a Belchite y a Teruel y a Tauste y a Madrid y a Logroño y a Borja y a Cantavieja y a Valladolid…
Es muy fácil viajar con Labordeta. Le encanta hablar y contar cosas. Le encanta hablar de las historias familiares de Belchite y de Azuara, de sus tíos y tías fantasmales. Le encanta contar cosas del colegio Santo Tomás, del Mercado Central, de las puticas, de su hermano Miguel, de su madre, doña Sara, gobernanta celosa, de los internos, de su hermano Luis y de su hermano Manolo. Le encanta hablar de su estancia en Francia de agregado de español y de su vida en Teruel. Le encanta hablar de las autopistas alemanas y de política y de Georges Brassens. Le encanta hablar de cómo descubrió a Juan Rulfo y de sus vacaciones con Juana y con Fernando Ferreró. Le encanta hablar de sus andanzas con Emilio Gastón y de su primera actuación, silbando «Solo ante el peligro», en el casino viejo de Belchite. Le encanta hablar de sus hijas, a las que bate records confundiéndoles el nombre, de sus nietas y de su suegra Sabina, que durante mucho tiempo, y hasta la invención del móvil, fue su eficaz secretaria. Le gusta hablar del PSA y de Andalán y, en broma, se pregunta por qué le hizo caso a Eloy Fernández Clemente y se puso a cantar por Aragón.
Si hubiera llevado un diario, ahora podría escribir una crónica contando historias de esos viajes. Como no lo llevaba, en la cabeza sólo quedan, dando vueltas, rastros difusos de memoria. Lo que sé es que fui muy feliz en esos viajes, que fui un privilegiado, que aprendí muchas cosas y que me hicieron mucho mejor. Éramos una extraña pareja, como don Quijote y Sancho, como el Gordo y el Flaco, como Sherlock Holmes y el doctor Watson.